La eurozona, fábrica de miedo


Nunca se había visto nada igual. Esta es una crisis que no tiene parangón histórico. Las referencias del pasado tienen su utilidad, pero la que estamos atravesando desde hace más de cuatro años no tiene nada que ver con ninguna de las anteriores. Nada que ver con la crisis asiática de 1997 o la de la deuda latinoamericana en la década de los 80, que a pesar de los augurios y temores quedaron encapsuladas en sus regiones y no se extendieron más allá de sus límites naturales. Ni siquiera con la del 29, con las que comparte su carácter global y a la vez su profundidad en cuanto a cambio de modelo económico, pero las separa el desarrollo financiero y tecnológico.

Esta es una crisis condicionada por la conectividad, emparentada así con otros fenómenos como son las revoluciones árabes, los movimientos de los indignados o la crisis de los medios de comunicación tradicionales. En un momento fuertemente conectado y acelerado por la tecnología, una crisis como la de la eurozona tiene una capacidad de contaminación y expansión temibles. Después de cuatro Davos sufriéndola se van perfilando así los diagnósticos y corrigiendo los errores, pero el resultado se resume muy bien en la observación distanciada y fría de Donald Tsang, el jefe del Gobierno autónomo de Hong Kong: “Nunca había tenido tanto miedo como ahora como efecto de lo que está pasando en la eurozona”.
No es un argumento que valga únicamente para el diagnóstico. El tamaño también cuenta en esta crisis y la diferencia de todas las anteriores. El de la eurozona es formidable. Y nadie se atreve a seguir rezando el too big to fail, que no caerá esa breva porque es demasiado grande. Una crisis de gran potencial contaminante y de un tamaño tal requiere ese bazooka que nadie ha conseguido todavía, preparado encima de la mesa del Consejo Europeo, para intimidar y disuadir las inversiones que apuestan por la destrucción del euro. Quien debe fabricar esta poderosa arma es el Fondo Monetario Internacional, y debe hacerlo con aportaciones de todo el mundo porque no hay suficientes recursos dentro de la mayor zona de prosperidad de la historia que es, o era, la eurozona: los pobres ricos nos hemos quedado sin dinero en la caja.
De ahí la importancia y necesidad del análisis, convertido en argumento. Los países emergentes que están sacando de la pobreza a sus habitantes y creando clases medias tienen un interés estrictamente egoísta en evitar la caída de la eurozona. Ahora mismo ya están notando los efectos de la crisis occidental sobre sus economías: la caída de un uno por ciento del PIB mundial se debe directamente a este efecto. El temor del señor Tsang no es la economía de Hong Kong, que también, sino una auténtica depresión global que afectaría a Hong Kong y a la entera China. Tiene motivos para hacer su aportación a esta empresa salvadora del euro.
Los cinco últimos años, hasta llegar a la degradación de las deudas soberanas europeas, habían sido de transferencias de poder y de dinero desde Occidente hacia el sur y hacia el este, tal como reflejan los distintos ritmos de crecimiento: hasta el 15 por ciento en Asia y hacia el estancamiento en los países occidentales. Pero si no se para de una vez la espiral del miedo, en los próximos años veremos como Europa, después de perder poder ella misma, exporta sus problemas al resto del planeta.
La cola mueve al perro. Así describe George Osborne, el canciller del Exchequer, la situación irresuelta de Grecia, que va arrastrando a todos los otros. Lo mismo habrá que decir de Europa, empequeñecida en la última etapa de la globalización, pero capaz de arrastrar al resto del mundo y a los emergentes si nadie pone remedio con urgencia. Por eso el señor Tsang era tan enérgico y a la vez levemente amenazante: “Deben tomar decisiones de gobierno, rápidas, con urgencia, sin vacilar. Este 2012 será un año crítico. Debemos protegernos y proteger a nuestra gente”. Si Europa no resuelve de una vez, se producirá una reacción defensiva, altamente perjudicial para todos.
¿Bastará el bazooka? Si se va hasta el fondo en la respuesta abrimos todavía más el campo de la incertidumbre, que es la madre del miedo. De nuevo es el clarividente señor Tsang quien distingue entre la resolución de los actuales problemas de liquidez, corto plazo, y la superación de la insolvencia de algunas economías, que tiene que ver con el largo plazo y con la competitividad. Ahí se escucha la voz documentada, intencionada, del columnista del FT, Martin Wolf, aclarando que la competitividad es un criterio comparativo. Podemos convertir en eficiente a una economía que no lo es, pero seguirá sin ser competitiva si está en la misma zona monetaria con los países más competitivos del mundo.
Sólo hay dos salidas de este pasillo argumental con el que ha terminado esta mañana una estimulante sesión de debate sobre las perspectivas de la economía mundial. O la zona euro se parte en dos, expulsando de su núcleo duro a los menos competitivos, o se crea la unión de transferencias que los alemanes rechazan una y otra vez. No hay tercera vía. La comunidad internacional parece dispuesta a echar una mano a Europa si Europa se ayuda a sí misma, en vez de seguir peleándose. La ayuda más importante es que tome una decisión, rápida, drástica, ya. Sin decisión, caerá el euro, caerá Europa y caerá la economía global. Así de tajantes y tenebrosas se ven las cosas en el cuarto Davos en crisis.

Por: www.elpais.com