¿Las cañas hacen que se quite la resaca?


En contra de la creencia popular, los resultados indican que el malestar generado tras un episodio etílico posee un efecto muy modesto sobre la bebida posterior

Un estudio publicado en la revista digital «Alcoholism: Clinical & Experimental Research» revela que las resacas poseen una influencia mínima en el tiempo que transcurre hasta la próxima bebida. Los científicos han valorado y comprobado que el mal cuerpo provocado por la resaca no incita a consumir alcohol y, es más, beber en este estado transitorio tampoco ayuda a recuperarse, tal y como publica el diario «Ideal.es».

Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. ¿Quién no ha tenido alguna vez resaca? Las consecuencias de una noche de marcha y borrachera son más que evidentes: dolor de cabeza, fatiga y angustia, mal estar general y ganas de estar acostado todo el día si no se está bebiendo agua. Los científicos, movidos por estas sensaciones, han investigado cómo influye la resaca en nuestros hábitos. Para empezar,esta desazón no incita a consumir más y, ya que estamos, derribamos un mito: ingerir más alcohol no aminora la resaca. «Si las resacas alejan de la bebida, ¿cómo es que las personas con alto riesgo de problemas con el alcohol no tienen menos resacas?», pregunta a Sinc Thomas M. Piasecki, profesor de la Universidad de Missouri de Estados Unidos y autor del estudio.

Para realizar el estudio, los investigadores contaron con la participación de 386 bebedores frecuentes, 196 varones y 190 mujeres. Tras registrar su consumo en un diario electrónico durante 21 días se contabilizaron en total 2.276 ingestas, incluidos los 463 que fueron seguidos de resacas. «Las resacas parecen tener un efecto muy moderado sobre la siguiente bebida», explica Piasecki. «En promedio, el tiempo entre episodios de consumo se extendió solo unas pocas horas después y resultó sorprendente que la valoración de cuándo volverían a beber fuera similar tanto si en ese momento se tenía resaca como si no», dice el científico.

Piasecki explica que «por supuesto, experimentar resacas frecuentes es una señal de advertencia sobre la forma de beber y para buscar ayuda si fuera necesario, pero tendremos que buscar otras explicaciones para la vinculación entre la resaca y el trastorno por consumo de alcohol». «Las personas que consumen mucho alcohol experimentan efectos placenteros mientras beben y eso es lo que impulsa la decisión de beber de nuevo. El dolor de la resaca es temporal y puede ser considerada como una molestia más que como una importante consecuencia negativa», cuenta a Sinc Damaris J. Rohsenow, experta de la Universidad de Brown en Estados Unidos.

De hecho, «algunos estudios muestran que los bebedores más jóvenes no valoran que las resacas sean una experiencia negativa y muchos están dispuestos a experimentarlas una y otra vez», dicen los expertos a la agencia de noticias.


¿Es verdad que con los alimentos light es posible bajar de peso?


La versión ligera de un producto no da carta blanca para poder consumirlo sin límite
Patatas fritas con menos grasa, un ron con menos calorías, quesitos light... La industria alimentaria no es ajena a la creciente preocupación de la población por el sobrepeso, no solo por la estética, sino por sus consencuencias en la salud. Los productos bajos en calorías, en grasa, en azúcares, «light», pónganle la etiqueta que prefieran, llevan ya un tiempo en los lineales del supermercado y en algunos establecimientos de comida rápida, pero ahora vuelven con fuerza.

Aunque los esfuerzos por hacer productos mejorados son de agradecer, también es importante que los consumidores tomen conciencia de que esa etiqueta no es una carta blanca para ponerse ciego. «Lo light muchas veces no refleja la ausencia de calorías ni la posibilidad de abusar de ese producto sin ningún peligro. Se puede ser obeso aunque comas todo light», asegura a ABC el doctor Camilo Silva, endocrinólogo de la Clínica Universidad de Navarra. Este experto advierte de que no hay que fijarse solo en la calorías sino en la composición nutricional (grasas, proteínas, hidratos de carbono) para no superar las cantidades máximas recomendadas.

«Estos productos no son adelgazantes. Engordar o adelgazar depende del cómputo global de calorías que ingerimos», aclara la doctora Susana Monereo, jefa del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital General Universitario Gregorio Marañón y secretaria de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo).

Una dieta equilibrada supone una ingesta de unas 2.000 calorías diarias para los hombres y 1.800 calorías para las mujeres, de manera que, entre un 45-55% de esta energía debe provenir de los hidratos carbono, entre un 15-25% de las proteínas, y un 25-35% de grasas totales, según el consenso Fesnad-Seedo. Las grasas deben proceder en su mayoría del aceite de oliva (cuanto más virgen mejor), mientras que las saturadas (de origen animal) y trans (industriales), así como los azúcares añadidos (refrescos, dulces) deben limitarse y consumirse solo de forma ocasional.

Incluso en sus versiones «ligeras», determinados alimentos siguen siendo muy calóricos porque contienen un porcentaje elevado de grasas saturadas o trans y/o azúcares, por lo que su consumo debería seguir siendo muy ocasional. «Suele ocurrir que los productos light hacen que se incremente el consumo. Piensan que no engorda y toman más cantidad. Los estudios han demostrado que a más productos light más peso porque, en general, la gente se pasa de cantidades», señala la doctora Monereo, que invita a los consumidores a mirar las etiquetas porque «un producto que se anuncia como bajo en grasa puede contener mucho azúcar y viceversa». «Cero por ciento grasa no significa cero por ciento calorías», matiza la experta.
Mejor la grasa de la leche que del cruasán

Tampoco podemos prescindir por completo de la grasa en la dieta. Hay vitaminas (las denominadas liposolubles) que viajan con ella. «La grasa de la leche es un 3% por cada 100 mililitros, una cantidad muy pequeña. Si te tomas un vaso de leche y un cruasán, lo que más engorda es el cruasán, no la grasa de la leche», explica la doctora María Dolores Selgas, directora del departamento de Nutrición, Bromatología y Tecnología de los Alimentos de la Universidad Complutense.

En otras ocasiones, encontramos productos que, sin llevar la etiqueta, tienen denominaciones que invitan a pensar erróneamente que son ligeros. Las galletas tipo «digestive», por ejemplo, tienen, por cada cien gramos, 469 calorías, 63 gramos de hidratos de carbono y 20,3 gramos de grasas totales, casi la mitad de ellas saturadas. Un perfil similar al de la clásica «maría».

Cómo se preserva el sabor
Muchos productos reducidos aseguran que mantienen todo el sabor. ¿Cómo lo hacen? La grasa se cambia por unas sustancias denominadas sustitutos o imitadores de grasa. «Cuando quitas la grasa de un alimento, notas es que está más seco e insípido. Estos sustitutos son compuestos que entrarían dentro del grupo de los carbohidratos y también hay un tipo de proteínas que aportan la jugosidad que ha perdido, simulando su textura original», explica la bromatóloga.

En el caso del azúcar, los sustitutos son los edulcorantes, que dan el sabor dulce pero no aportan casi energía. Una lata de un refresco de cola light tiene apenas una caloría, aunque el sodio aumenta muy ligeramente con respecto a la versión normal, que no tiene nada. Son una alternativa para los amantes de estas bebidas endulzadas, que desde el punto de vista nutricional «no aportan nada». «Los refrescos son prescindibles. Solo vamos buscando el sabor dulce», afirma el doctor Silva. El único alimento acalórico es el agua, que ni engorda, porque tiene cero calorías, ni adelgaza, pero ese es otro capítulo...

Requisitos del etiquetado
Los productos solo pueden etiquetarse como light, o con otra declaración que pueda tener el mismo significado para el consumidor, si la reducción del contenido de uno o más nutrientes es, como mínimo, del 30% en comparación con un producto similar. Además, la declaración deberá estar acompañada por una indicación de la característica o características que hacen que el alimento sea ligero, de acuerdo al Reglamento (CE) nº 1924/2006 del Parlamento Europeo y del Consejo.