Para el psiquiatra vienés, los lapsus son buenas herramientas para adentrarnos en la zona inconsciente. Por eso, los consideraba fenómenos serios, no simples contingencias casuales. Incluso llegó a hacer una clasificación de los más significativos. Por una parte, están los deslices verbales, en los que nos sorprendemos manifestando lo contrario de lo que íbamos a decir. Freud los ejemplifica con la anécdota de un presidente de la Cámara de Diputados que pronunció sin inmutarse la siguiente frase: "Compruebo la presencia en el recinto de un número suficiente de señores diputados, y por tanto declaro cerrada la sesión". De acuerdo con su interpretación, de forma subconsciente, el político no quería abrir el debate, sino darlo por terminado.
A continuación, estarían los deslices en la lectura. Podemos ver torta donde pone corta cuando leemos un e-mail de un compañero que habla de un jefe al que no tenemos mucho cariño. También se pueden producir deslices auditivos, es decir, escuchar algo que realmente el interlocutor no ha dicho y nos pone en estado de alerta. Por último, están los deslices en la escritura, cuando somos nosotros los que escribimos ese correo cometiendo un error en el que se manifiestan sentimientos que hubiéramos preferido dejar ocultos.
Por www.muyinteresante.es